Los misterios del destino

Antiguamente se buscaba en el agua, en las tripas de los animales, en las plantas, en el clima. Cualquier cosa era una escritura mágica que nos decía como iba a ser la vida en los meses siguientes. Había que saber leerlos nomás.
Con el tiempo Dios reemplazó a todos los demás augurios en el plano formal, pero por lo bajo, en forma subterránea, los lectores de cartas y de piedras siguen con su inexorable trabajo.
Problemas que se superan en el trabajo o un trabajo nuevo donde se esté mejor o gane más, son de las profecías más comunes. Lo sigue el amor y embarazos no esperados o buscados, y completan la lista la enfermedad de un familiar cercano y algún viaje.
Con aviones y televisores, los humanos no hemos cambiado tanto. Tenemos celulares y autopistas, microondas y computadoras y nois sigue dando miedo vivir, seguimos buscando leer en las entrañas del universo un signo que nos diga que nos depara el futuro, para estar preparados o para saber hacia donde encaminar nuestra decisión.
Todo implica tener asumido algo: el destino ya está escrito. En algún rincón se encuetra fijada de antemano la hora y la fecha de nuestra muerte, la pelea con el vecino, el accidente con el auto, el número de la quiniela y la hora en que va a cerrar el supermercado el martes próximo. La falla está en lectores e intérpretes que no divisan con certeza lo que nos toca.
Hasta el hombre más determinista, que está completamente seguro de que todo, absolutamente todo está escrito mira hacia ambos lados al cruzar la calle.
Le tenemos miedo a vivir, miedo a reconocernos solos y responsables en tanta inmensidad, necesitados de un deber ser que nos marque el camino.
Dolina nos deja una reflexión, que se la lee en un pájaro nocturno: «el universo tiene un solo y espantoso secreto, la ausencia de secretos».